- Observar
el tipo de comunicación que llevamos a cabo con nuestro hijo.Dediquemos unos días de
observación libre de juicios y culpabilidades. Funciona muy bien conectar
una grabadora en momentos habituales de conflicto o de sobrecarga
familiar. Es un ejercicio sano pero, a veces, de conclusiones difíciles de
aceptar cuando la dura realidad de actuación supera todas las previsiones
ideales.
- Escuchar
activa y reflexivamente cada una de las intervenciones de nuestros hijos. Valorar hasta qué punto
merecen prioridad frente a la tarea que estemos realizando; en cualquier
caso, nuestra respuesta ha de ser lo suficientemente correcta para no
menospreciar su necesidad de comunicación.
- Si no
podemos prestar la atención necesaria en ese momento, razonar con él un
aplazamiento del acto comunicativo para más tarde. Podemos decir
simplemente: "dame 10 minutos y enseguida estoy contigo".
Recordemos después agradecer su paciencia y su capacidad de espera.
- Evitar
emplear el mismo tipo de respuestas de forma sistemática para que nuestro
hijo no piense que siempre somos autoritarios, le hacemos sentir culpable,
le quitamos importancia a las cosas o le damos sermones.
- Dejar
las culpabilidades a un lado. Si hasta hoy no hemos sido un modelo de
comunicadores, pensemos que podemos mejorar y adaptarnos a una nueva forma
de comunicación que revertirá en bien de nuestra familia suavizando o
incluso extinguiendo muchos de los conflictos habituales con los hijos.
- Cuando decidamos cambiar o mejorar hacia una comunicación más abierta, es aconsejable establecer un tiempo de prueba, como una semana o un fin de semana, terminado el cual podamos valorar si funciona o no y si debemos modificar algo más. Los padres tenemos los hábitos de conducta muy arraigados y cambiarlos requiere esfuerzo, dedicación y, sobre todo, paciencia (¡con nosotros mismos!).
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