lunes, 9 de febrero de 2015

Papa Francisco: Los hijos necesitan un padre que les espera tras sus fracasos

sources: ALETEIA
Audiencia general dedicada a los valores positivos de la paternidad



Pope Ash Wednesday ANDREAS SOLARO AFPANDREAS SOLARO /AFP




Queridos hermanos y hermanas,
 
Hoy quisiera desarrollar la segunda parte de la reflexión sobre la figura del padre en la familia. La pasada vez hablé del peligro de los padres “ausentes”, hoy quiero mirar más bien al aspecto positivo. También san José fue tentado de dejar a María, cuando descubrió que estaba embarazada; pero intervino el ángelus del Señor que le reveló el designio de Dios y su misión de padre putativo; y José, hombre justo, “tomó consigo a su esposa» (Mt 1,24) y se convirtió en el padre de la familia de Nazaret.

Toda familia necesita al padre. Hoy nos detenemos sobre el valor de su papel, y quisiera partir de algunas expresiones que se encuentran en el Libro de los Proverbios, palabras que un padre dirige a su hijo: “Hijo mío, si tu corazón es sabio, también el mío se colmará de alegría. Exultaré dentro de mí, cuando tus labios dirán palabras rectas” (Pr 23,15-16). No se podría expresar mejor el orgullo y la conmoción de un padre que reconoce haber transmitido al hijo lo que de verdad importa en la vida, es decir, un corazón sabio.

Este padre no dice: “Estoy orgulloso de ti porque eres igual que yo, porque repites lo que yo digo y hago”. No, le dice algo mucho más importante, que podríamos interpretar así: “Seré feliz cada vez que te veré actuar con sabiduría, y me conmoveré cada vez que te escucharé hablar con rectitud. Esto es lo que yo he querido dejarte, para que se convirtiera en algo tuyo: la actitud a escuchar y actuar, a hablar y juzgar con sabiduría y rectitud. Y para que pudieras ser así, te enseñé cosas que no sabías, corregí  errores que no veías.

Te hice sentir un afecto profundo y al mismo tiempo discreto, que qui´zas no reconocías plenamente cuando eras joven e incierto. Te di un testimonio de rigor y de firmeza que quizás no entendías, cuando habrías querido sólo complicidad y protección. Tuve yo mismo, el primero, ponerme a la prueba de la sabiduría del corazón, y vigilar los excesos del sentimiento y del resentimiento, para llevar el peso de las inevitables incomprensiones y encontrar las palabras justas para hacerme entender. Ahora, cuando veo que tu buscas ser así con tus hijos, y con todos, me conmuevo. Estoy feliz y satisfecho”.

Un padre sabe bien cuanto cuesta transmitir esta herencia: cuánta cercanía, cuánta dulzura y cuánta firmeza. Pero, ¡qué consolación y qué recompensa se recibe, cuando los hijos hacen honor a esta herencia! Es una alegría que rescata toda fatiga, que supera toda incomprensión y cura toda herida.

La primera necesidad, por tanto, es precisamente esta: que el padre esté presente en la familia. Que sea cercano a su mujer, para compartir todo, alegrías y dolores, fatigas y esperanzas. Y que sea cercano a los hijos en su crecimiento: cuando juegan y cuando se comprometen, cuando están despreocupados y cuando están angustiados, cuando se expresan y cuando están taciturnos, cuando se atreven y cuando tienen miedo, cuando se equivocan y cuando vuelven a encontrar el camino.

El Evangelio nos habla de la ejemplaridad del Padre que está en los cielos – el único, dice Jesús, que puede ser llamado verdaderamente “Padre bueno” (cfr Mc 10,18). Todos conocen esa extraordinaria parábola llamada del “hijo pródigo”, o mejor del “padre misericordioso”, que se encuentra en el Evangelio de Lucas (cfr 15,11-32). ¡Cuánta dignidad y cuánta ternura en la espera de ese padre que está a la puerta de casa esperando que el hijo vuelva!

Un buen padre sabe esperar y sabe perdonar, desde lo profundo del corazón. Ciertamente, sabe también corregir con firmeza: no es un padre débil, que se rinde, sentimental. El padre que sabe corregir sin descorazonar es el mismo que sabe proteger sin ahorrarse nada.

Por tanto si hay alguien que puede explicar hasta el fondo la oración del “Padre nuestro”, enseñada por Jesús, este es precisamente quien vive en primera persona la paternidad. Sin la gracia que viene del Padre que está en el cielo, los padres pierden valor y abandonan el campo. Pero los hijos necesitan encontrar un padre que les espera cuando vuelven de sus fracasos. Harán de todo para no admitirlo, para no hacerlo ver, pero lo necesitan; y no encontrarle abre en ellos heridas difíciles de curar.

La Iglesia, nuestra madre, está comprometida en apoyar con todas sus fuerzas la presencia buena y generosa de los padres en las familias, porque ellos son para las nuevas generaciones custodios y mediadores insustituibles de la fe en la bondad, en la justicia y en la protección de Dios, como san José.

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